Juan Talavera y Heredia, distinguido arquitecto del estilo regionalista y apreciado educador, nació en Sevilla en el año 1880 y cerró su legado en esa misma ciudad en 1960, alcanzando los 80 años de edad.
Es ampliamente reverenciado como una de las figuras más sobresalientes del movimiento arquitectónico regionalista que floreció en Sevilla durante la primera mitad del siglo XX.
En cuanto a su linaje, merece destacarse que era el vástago del afamado arquitecto Juan Talavera y de la Vega, lo que ciertamente habrá influido en su elección de carrera y su pasión por la arquitectura.
Su búsqueda de conocimiento lo condujo a los Escolapios en sus primeros años de formación. No obstante, su verdadera travesía académica comenzó en 1901, cuando partió rumbo a Madrid para sumergirse en el estudio de la Arquitectura. Allí, en la distinguida Escuela Superior de Arquitectura de Madrid, tuvo la fortuna de contar entre sus maestros con renombrados defensores de la arquitectura historicista, como Vicente Lampérez y Ricardo Velázquez. Además, compartió aulas con destacados compañeros de promoción, entre los que se incluye el ilustre José Espiau y Muñoz. En esa misma época, notables arquitectos sevillanos, como Aníbal González y José Gómez Millán, finalizaban sus estudios, marcando así el inicio de su trayectoria.
La triste partida de su padre dejó un vacío en su vida, pero fue su compadre, Manuel Sánchez Pizjuán, quien asumió la responsabilidad de respaldar su sostenimiento durante este difícil período.
Los primeros pasos de su carrera los dio en Sevilla, donde se desempeñó como delineante en el estudio de Aníbal González. Fue en este momento que profundizó en el conocimiento del estilo regionalista que su mentor estaba forjando. Es crucial mencionar que en 1910, el concejal Francisco de Lepe emitió una prohibición del modernismo en la ciudad, un evento de relevancia para comprender el cambio en el paisaje arquitectónico de Sevilla en esos años.
En 1912, el Ayuntamiento convocó un concurso destinado a la construcción y reforma de fachadas de casas con un "estilo sevillano" definido, guiado por principios históricos y estilos característicos de diferentes épocas de la ciudad. Juan Talavera participó en este concurso con tres de sus obras, incluyendo la Casa Aceña en la Avenida de la Borbolla, que encarnaba fielmente este estilo. Estos años presenciaron la ascensión del estilo neomudéjar.
El regionalismo, en contraposición al racionalismo, abrazó la idea de redescubrir la identidad arquitectónica tradicional, especialmente en la vivienda residencial, buscando dotarla de características propias y únicas. Este enfoque recuperó elementos platerescos y románicos, además de incorporar tendencias y motivos autóctonos de diversas regiones geográficas, con un enfoque especial en los materiales y estilos característicos de cada localidad. El esfuerzo resultante logró plasmar de manera auténtica la forma de vida y las costumbres de quienes habitaban estos edificios. En esta época, el auge del regionalismo arquitectónico en Sevilla alcanzó su apogeo, en gran parte gracias al reconocimiento a Aníbal González.
En 1909, Juan Talavera ingresó a la plantilla del Ayuntamiento de Sevilla como ayudante del arquitecto municipal, y en 1913, ascendió al cargo de Arquitecto Titular del Ayuntamiento. Además de su labor en el sector público, también compartió su conocimiento como profesor en la Escuela Superior de Artes e Industrias de Sevilla.
A medida que la era barroca resurgía en relevancia, el estilo de Talavera experimentó una evolución hacia el regionalismo neobarroco. Esta transición se caracterizó por una creciente ornamentación, el uso del ladrillo y arcos en los niveles inferiores, y la incorporación de pintura en la ornamentación de las fachadas. Un ejemplo notable de su estilo es el Edificio Telefónica en la Plaza Nueva, una de sus obras más célebres, donde el barroquismo se manifiesta de manera impactante en la fachada.
En 1926, solicitó una excedencia de su puesto en el ayuntamiento de Sevilla, argumentando problemas de salud. Durante esta etapa, se trasladó a la pintoresca localidad gaditana de Puerto Real, donde comenzó a dejar su huella arquitectónica en la provincia de Cádiz. Uno de sus proyectos destacados durante su estancia en Cádiz fue la reforma de la Alameda de Apodaca en 1926, que abrió esta zona al mar.
Sin embargo, en 1932, debido a dificultades económicas, optó por regresar a Sevilla. Su reincorporación fue posible gracias a la intervención del político Diego Martínez Barrio, quien lo impulsó a ocupar el cargo de Arquitecto Titular Director de los Servicios de Vías Públicas del Ayuntamiento de Sevilla. Tras la Guerra Civil, fue mantenido en su puesto por el alcalde Ramón de Carranza.
A pesar de su posición como arquitecto municipal, Juan Talavera no se destacó por su concepción de grandes proyectos urbanísticos, sino más bien por su excelencia en la creación de pequeñas plazas. Ejemplo de esto son la Plaza de Santa Cruz, creada en 1918, y la Plaza de Doña Elvira, urbanizada en 1924, ambas ubicadas en el encantador barrio de Santa Cruz. También contribuyó en el diseño de los Jardines de Murillo.
Entre sus proyectos más destacados se encuentran la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen de Alfonso XIII en Isla Mayor, el Edificio Telefónica en la Plaza Nueva (1926-1928), la Casa Ocaña-Carrascosa, la Calle Tetuán esquina con la Calle Rioja (1927-1929), la urbanización de la Plaza de Santa Cruz (1918), el Consulado de Francia en la Plaza Santa Cruz, la Casa en la Plaza de Santa Cruz esquina con la Calle Santa Teresa (1923)
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