Nicolás Antonio

 

Nicolás Antonio, erudito, sacerdote y padre de la bibliografía española moderna. Nació en Sevilla en 1617 y falleció en Madrid en 1684 a los 66 años de edad.

Hay dos rasgos que destacan fuertemente en la personalidad de Nicolás Antonio y que se traslucen a través de su obra: su espíritu liberal y antidogmático, como lo demuestra su lucha tenaz contra los falsos cronicones. Sus obras son el fruto de una sólida formación humanística, sensibilidad literaria, honestidad y coraje científico, con un sentido riguroso y crítico de la historia.

Familia. Nació en el seno de una familia ilustre. Fueron sus padres Nicolás Antonio, administrador del Almirantazgo Real de Andalucía, y María Bernal o Bernat. Tuvo dos hermanas: Beatriz y Antonia.

Formación. La infancia de Nicolás transcurrió en la ciudad hispalense en la que inició el aprendizaje de la Gramática y de las Humanidades en el colegio de los Padres Dominicos, dedicado a santo Tomás de Aquino. Luego se entregó con entusiasmo al estudio de las artes liberales y de la Teología durante un bienio. Más tarde estudió cuatro cursos de Derecho Canónico como alumno de la Academia pública sevillana del Maestro Rodrigo de Santaella (vulgarmente del Maese Rodrigo). Concluidos los estudios de Derecho Canónico se trasladó a Salamanca en torno al año 1645, residiendo en dicha ciudad un cuatrienio dedicado al estudio del Derecho, obteniendo finalmente el título de bachiller en Derecho en 1649.

Inicios profesionales. Ya tenía aficiones de bibliólogo y había iniciado la redacción de un catálogo de los nombres propios de las Pandectas, pero abandonó el proyecto al saber que el famoso Antonio Agustín llevaba muy avanzada una obra similar.

De regreso a Sevilla y pensando en otras metas más importantes relativas a la historia y a la crítica literaria, alejado casi por completo de todo negocio mundano, pasó lo mejor de su vida dedicado al estudio en su retiro del Real Monasterio de San Benito de Sevilla, en donde dispuso de un gran número de libros pertenecientes a la biblioteca del padre Benito de la Serna, abad de ese monasterio, quien fue decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Salamanca, donde había adquirido una cierta fama como profesor de Sagrada Escritura.

En aquel apacible retiro, bien con los libros del monasterio o con los que buscó por todas partes, no sólo de los fondos de las bibliotecas de la ciudad hispalense sino con otros muchos traídos de todas partes y que iba comprando con sus pequeños ahorros, fruto de la austeridad con la que transcurría su vida, llegó a reunir unos treinta mil volúmenes.

Tuvo una breve estancia en la corte en 1645 para recibir el hábito de caballero de la Orden de Santiago con que Felipe IV premiaba sus afanes bibliográficos.

Estancia en Madrid. En 1651 regresó de nuevo a Madrid para conseguir, según él mismo dice, «un empleo de letras», presentando con esta ocasión el manuscrito de su obra De Exilio (sobre el destierro), que ya había sido publicada en Amberes,

Estancia en Roma. En 1659 llevó su obra aún inconclusa a Roma, a donde fue enviado por orden del Rey para hacerse cargo de los negocios de la Corona española en la ciudad eterna y en la curia romana, otorgándole el título de agente general de los asuntos de España en Roma. Además fue nombrado procurador privado del Supremo Dicasterio que se ocupa de las ofensas contra la fe, procurador del reino de Nápoles, del Ducado de Milán y de Sicilia, cargos que le permitieron incluir la gran lista de libros prohibidos en su obra, añadiéndola a los más de 30.000 volúmenes de su propia biblioteca.​

Relevancia. Su estancia en Roma habría de prolongarse por casi 20 años y le sirvió para proseguir su infatigable búsqueda y adquisición de códices y manuscritos hasta reunir una biblioteca de más de 30 000 volúmenes, émula de la Vaticana; mas fueron tantos los dispendios ocasionados que, a fin de evitarle la total ruina, el papa Alejandro VII hubo de concederle una canonjía de la catedral de Sevilla con dispensa de residencia en 1664, con 110 escudos de renta.

Regreso a Madrid. Después de haber desempeñado el cargo de agente general en Roma, regresó a Madrid llamado por el monarca Carlos II para tomar asiento entre los consejeros reales del Consejo Real del Fisco, antes llamado de la Cruzada, con el cargo de oidor. Se dice que en uno de sus cofres se encontró un real diploma en el que se le nombraba consejero del Supremo Consejo de Justicia, pero lo cierto es que Nicolás no llegó a ejercer tal cargo, por motivos de humildad y sobre todo para disponer de más tiempo libre para el estudio, tomando sólo parte en el otro Consejo menos oneroso, hasta que le sobrevino la muerte, víctima de la epilepsia.

Legado. Nicolás Antonio, aparte de los libros que con tanto dispendio había traído de Roma, no dejó ni riqueza ni bienes ni otros objetos de valor, sólo deudas. Tampoco los descendientes por parte de una hermana junto con sus herederos Adrián Conique y sus compañeros los canónigos salmanticenses, igualmente endeudados, de ningún modo pudieron publicar la segunda parte de la Biblioteca, es decir, la correspondiente a la Biblioteca Antigua, si bien lo intentaron en repetidas ocasiones y de muchas maneras. De modo que decidieron enviarla a Roma al cardenal José Sáenz de Aguirre si es que por su autoridad y a su costa se dignase publicar aquella obra que durante tanto tiempo había sido echada de menos por todos. Pues aquél, como amante de las letras y magnánimo con todos los eruditos y que tenía en gran estima la obra de Nicolás Antonio, a quien apreció encarecidamente y con quien mantuvo una frecuente correspondencia epistolar, tomó sobre sus hombros gustosamente esa carga. De esta manera sin escatimar trabajo ni dinero montó desde sus inicios una imprenta, acuñando letras griegas y latinas de varios formatos en diseños elegantes. Eligió como tipógrafo al veneciano Antonio Roslamino, maestro habilísimo que antes se había encargado de la edición de la Gran Colección de los Concilios de España en cuatro tomos, publicada por el mismo cardenal.

En opinión de los bibliógrafos, y a pesar de haber transcurrido más de trescientos años desde su confección, la obra de Nicolás Antonio, especialmente la Biblioteca Nueva, pues la Antigua ha quedado ya obsoleta, sigue suscitando una justa admiración tanto por el número de autores que recoge —más de cuatro mil—, como por la exhaustiva erudición con la que describe su genealogía, obras, ediciones, avatares de cada uno y su época. Es tal el número de obras reseñadas, la lógica división que hace de las materias, la riqueza y profusión de datos bibliográficos, fruto de un enorme trabajo, que constituye un ejemplo magnífico de biblioteconomía para cualquier época. 

Esta obra bibliográfica no tiene par en Europa y desde luego en España, por eso justamente se ha otorgado a Nicolás Antonio el título de padre y fundador de la bibliografía española; de ahí que el Instituto de dicha disciplina del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, lleve su nombre. 

A pesar de las numerosas tentativas por superar la obra bibliográfica de Nicolás, sobre todo la Biblioteca Nueva, nadie ha sido capaz de continuarla ni de superarla. Es cierto que los especialistas en estas materias encontrarán errores, lapsus, imprecisiones, pero también es cierto que en su tiempo no podía darse el rigor científico actual, avalado por medios técnicos y electrónicos tan eficaces en la gestación de una bibliografía.  Sus Bibliotecas dieron un gran impulso en España a la ciencia de la Bibliografía, y ya en el mismo siglo XVIII numerosos eruditos se animaron a intentar completarlas con nuevas aportaciones.

Sus obras capitales como bibliógrafo fueron la “Bibliotheca hispana nova”, publicada en 1672 con el título “Bibliotheca hispana sive hispanorum”, y la “Bibliotheca hispana vetus” (póstuma, impresa en 1696). En ellas reúne de forma crítica una ingente cantidad de información biobibliográfica precisa y crítica sobre todos los autores que escribieron en España hasta su época.

La “Vetus comprende desde Augusto hasta 1500”, y la “Nova desde 1500 a 1672”. Ambas fueron reeditadas, con cambios, en el siglo XVIII por el ilustrado Francisco Pérez Bayer entre 1783 (Bibliotheca hispana nova) y 1788 (Bibliotheca hispana vetus).

La sólida erudición de Nicolás Antonio le hizo desconfiar de los falsos cronicones, iniciando así el hipercriticismo de la Ilustración y preparando la obra de Enrique Flórez. Sobre ese tema escribió su Censura de historias fabulosas”, trabajo crítico sobre unas supuestas crónicas descubiertas a finales del siglo XVIpor el P. Román de la Higuera, que no vio la luz hasta que el novator Gregorio Mayáns y Siscar la publicó en el siglo siguiente, en Valencia, en 1742.

Las dos obras han sido traducidas al castellano:

  • Biblioteca Hispana Antigua o de los escritores españoles que brillaron desde Augusto hasta el año de Cristo de MD, trad. dir. G. de Andrés Martínez, M. Matilla Martínez. Madrid, Fundación Universitaria Española, 1998, 2 vols.

  • Biblioteca Hispana Nueva o de los escritores españoles que brillaron desde el año MD hasta el de MDCLXXXIV, trad. dir. M. Matilla Martínez. Madrid, Fundación Universitaria Española, 1999, 2 vols.

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